Los que la contemplábamos desde
lejos no sabíamos si era mujer o aparición, sacerdotisa o ninfa. Pero allí, al
borde del agua su presencia tenía la eternidad de los mitos.
De pie sobre la roca, vestida con
túnica blanca, la sacerdotisa alzaba su rostro hacia el cielo gris. El viento
jugaba con su cabellera como si fueran hilos de fuego en manos invisibles, y
las aguas tranquilas del lago reflejaban su figura solemne. Allí, entre la
tierra y el agua, se confundía con el mito, como si hubiera surgido
de los antiguos cantos de los poetas.
Y así parece recitar los versos
de Machado en “Campos de Castilla” refiriéndose al paisaje castellano
“El numen de estos campos es
sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el
remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un
arquero,
la forma de un inmenso centauro
flechador.”
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