Siempre hay momentos que no aparecen en las guías ni en las recomendaciones, instantes en los que uno simplemente se detiene y deja que el lugar hable con pequeños sonidos, el del rumor de las olas suaves o el viento entre los árboles. El aire olía a resina de los pinares cercanos y a tierra caliente, del calor extremo de estos días.
La mochila descansa como único
testigo de la caminata. Sin monumentos, sin visitas programadas, sin mapas.
Solo el tiempo detenido y la certeza de que, a veces, hay que aprender a sentarse, mirar y escuchar. Porque viajar no siempre consiste en correr de un
lugar a otro, acumulando fotos, poniendo bandera donde los yonkis de los viajes
tocan chufa y se van, sino en encontrar momentos así, de soledad compartida con
la naturaleza
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