Ella va con su perro a todos
lados. Y lo dice en serio. No importa si el camino es de piedra, de hierba… o
de agua. Ahí está él, firme en la tabla de paddle surf de paseo con el pantano.
Nadie le ha preguntado al perro si quiere navegar, pero ahí lo tienes, ni se
cantea. Te dice que mientras rema, él se deja llevar, observando el paisaje,
atento a cada reflejo del agua y a cada movimiento que pasa cerca. A veces
parece el capitán del barco, con la mirada fija en el horizonte, como si
supiera exactamente a dónde vamos.
Te cuenta que viajar con perro no
es siempre fácil: hay que buscar alojamientos que lo admitan, adaptar horarios,
tener paciencia… pero cada complicación se compensa con creces al ver cómo
disfruta él, que para ella es como su hijo. Y uno, al que el alma no le ha dado
ninguna sensibilidad hacia las mascotas, como que le da igual sus cuitas y su
paciencia. A fin de cuentas, este “hijo” no trae preocupaciones de cómo le van
sus estudios, que nota saca en selectividad (o como se quiera llamar hoy en
día), a que dedica el tiempo libre, en que piensa trabajar el día de mañana o cuando
se va a independizar.
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