En el Monte Corona, muy cerca de Comillas encinas,
robles, eucaliptos y pinares se mezclan en una gran masa forestal que cubre
colinas y senderos. En lo alto del monte se encuentra la ermita de San Esteban,
desde donde se disfrutan vistas espectaculares de la playa de Oyambre y de la
ría de la Rabia y, en los días despejados, de los Picos de Europa.
Sorprende encontrar también un
pequeño bosque de secuoyas, en medio de este rincón cántabro. No es tan extenso
como el cercano de Cabezón de la Sal, pero se visita con más tranquilidad,
sintiendo ese silencio que parece brota de los árboles y sin el agobio de
aparcar en la carretera. Hace años íbamos a las secuoyas cuando no teníamos
mejor cosa que hacer. De un tiempo a esta parte, redes sociales y demás
publicaciones lo han popularizado y ya no tiene la misma magia.
Estas colosales coníferas,
originarias de California, fueron plantadas a mediados del siglo XX. Sus
troncos rojizos se elevan rectos hacia el cielo, y el silencio parece más
profundo bajo su sombra. Uno se siente como en un bosque de película, en una
versión cántabra de los parques nacionales americanos. El suelo está cubierto
de agujas secas y la luz se filtra suavemente, creando un ambiente de calma
absoluta.
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