Desde el embarcadero de Belém,
donde se respira historia y mar, parten barcos remontando el Tajo, que permiten
contemplar la ciudad desde otra perspectiva. Es fácil olvidar que navegamos por
un rio y no el mar. El mismo rio que nace en Teruel, en la Sierra de Albarracín,
que después de recorrer 1007 km, llega al océano Atlántico en la ciudad de
Lisboa formando un tremendo estuario.
Mientras el barco avanza,
aparecen algunos de los grandes símbolos lisboetas: la Torre de Belém, elegante
y vigilante sobre la orilla; el monumento a los Descubridores, el Monasterio de
los Jerónimos al fondo; y, más adelante, el majestuoso Puente 25 de Abril, que
con su estructura roja recuerda al Golden Gate de San Francisco. Al otro lado
del río, el Cristo Rey abre los brazos hacia la ciudad, como si la abrazara.
Antes de llegar al centro
histórico, el barco pasa junto a la zona portuaria, donde se pueden ver enormes
buques de carga y grúas descargando contenedores. Es un contraste interesante:
junto a la Lisboa monumental y turística, aparece su faceta más industrial y
viva, la de una ciudad abierta al mundo por mar desde hace siglos.
Después de pasar bajo el puente,
Lisboa se va desplegando poco a poco frente al viajero: barrios antiguos,
colinas, tejados rojizos… hasta que aparece la Praça do Comércio, una de las
plazas más hermosas de Europa, abierta directamente al río. Llegar a ella por
agua tiene algo especial: la ciudad parece recibirte como lo hacía antaño con
los barcos que llegaban de ultramar.
Es un paseo tranquilo y luminoso,
perfecto para disfrutar de Lisboa desde una perspectiva distinta, con la brisa
del Atlántico, el reflejo dorado de la ciudad sobre el Tajo y la actividad
portuaria que recuerda su carácter marítimo.
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