"El paisaje lo iba sumergiendo, de forma progresiva e inexorable, en un suave aire veraniego, en esa resuelta alegría estival que se respira de forma ligera y sin pretensiones.
Casi podía sentir ya el bullicio del pueblo, marinero y vital, que renacía cada verano, cuando regresaban a él las pequeñas masas humanas de las ciudades interiores, desplegando barreras de olvido temporal hacia sus trabajos y hacia sus otras rutinas, no bañadas por el mar ni por el sol con sabor a salitre. La imagen de postal era desordenada: las casas salpicaban los prados sin norma urbana aparente, como si se tratase de flores de manzanilla coloreando el verde de una pradera."
(María Oruña. Puerto escondido. 2015)