viernes, 12 de septiembre de 2025

POSTALES DESDE EL VERANO 2025: El cañón del Corro


La peregrina había recorrido ya muchos kilómetros desde Cóbreces aquel día. El empedrado de las cuestas de Comillas se le hacía duro bajo las botas, y al doblar la esquina de la iglesia de San Pedro, buscó un rincón donde descansar. Se sentó en la piedra húmeda, dejó el paraguas de cuadro escoceses apoyado a su lado y, junto a los soportales del antiguo Ayuntamiento, miró con calma la calle de los Arzobispos que se abría ante ella hasta terminar en la Casa Ocejo.

Frente a ella, oxidado y cubierto de grafitis, se alzaba un cañón, truncado en su base y clavado en el suelo a modo de bolardo. Parece más un recuerdo que un objeto útil, pero conservaba la solidez de lo que se ha mantenido en pie a lo largo del tiempo.

Recordó haber leído que en muchos pueblos costeros reutilizaban viejos cañones para proteger calles y plazas. Vestigios de un tiempo en que el mar traía tanto comercio como amenazas. Pensó en los marineros de Comillas, en los barcos que partían y regresaban con el Atlántico pegado al alma, en la necesidad de defensa cuando las costas no siempre eran seguras. Y eso que la peregrina no sabe que en el puerto había otros dos cañones que se utilizaban para amarrar los barcos. Hace años dejaron de ser bolardos y recuperaron su porte mirando al mar abierto.

Le sorprendió sentir una mezcla de abandono y resistencia en aquel objeto. Los grafitis lo habían ensuciado, pero seguía allí, firme, convertido en parte del paisaje entre el Corro y la plaza de la Constitución. Igual que los muros de piedra, igual que la iglesia.

La flecha amarilla pintada en la pared cercana, la que le marcaba de nuevo el rumbo hacia Santiago le recuerda que mañana hay que seguir. Guardó el móvil, recogió el paraguas y se levantó. Aquel cañón ya no defendía a nadie, pero seguía cumpliendo función de mojón del tiempo, recordatorio de que los caminos, los de mar, los de fe, los de piedra siempre se cruzan en algún punto. 


 

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