Cada vez que va a Madrid, pasa por
delante de su escaparate. Algo inevitable cuando siempre hace los mismos
recorridos. Todo invita a entrar. El
mármol, la madera oscura, los rótulos antiguos, los dependientes en formación cada uno en su posición… Y al cruzar la puerta, Madrid
cambia de ritmo. El murmullo de la calle se apaga y lo sustituye el sonido
suave del papel envolviendo el turrón. Hay locales que son mucho más que una
tienda. Y eso pasas con Casa Mira, en la Carrera de San Jerónimo. Un lugar anclado
en el siglo XIX, resistiendo con elegancia a las franquicias.
Casa Mira huele a Navidad incluso
cuando no es diciembre. Sus turrones artesanos, elaborados como antaño, son
pura memoria: el de Jijona, blando y delicado; el de Alicante, duro y luminoso;
el de yema tostada..., que decir del de yema tostada…
Proveedor de la Casa Real, nos
habla de una forma de hacer las cosas sin atajos, fiel a la calidad y a la
tradición, la misma que percibe cualquiera que cruza su puerta.
Le gusta ver cómo despachan
detrás del mostrador, con gestos precisos y sin prisas, como si cada corte de
turrón mereciera su propio ritual. Y de ahí a que te cobren en la caja registradora.
El caso es que nunca compra aquí el turrón; es más del Almendro, el que vuelve a casa por Navidad, y el Lobo, que
gran turrón. Para que romper la magia de los proveedores de la Casa Real si él es un simple súbdito. Tan
solo se va con una cajita de Violetas, a la que tratan como si fuera también
manjar de reyes.

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