Si algo no puede faltar en Aragón
por Navidad es el guirlache; y si es de Fantoba mejor que mejor.
La pastelería, la más antigua de
Zaragoza, con más de siglo y medio en la calle San Gil, te envuelve ya antes de
entrar en un ambiente detenido en el tiempo. Y esto no es una frase manida ni
recurrente en estos relatos de adviento. La decoración antigua de
reminiscencias egipcias, el mostrador de madera pulida y aquellas vitrinas
llenas de colores y formas te hacen sentir en un pequeño teatro de artesanía. Y
ahora en estos tiempos de adviento, en sus vitrinas se alinean los dulces que
solo aparecen cuando diciembre llamaba a la puerta.
El turrón artesano, con su
textura firme y perfume de almendras tostadas; las frutas de Aragón, joyas
confitadas que parecen pequeñas vidrieras de colores, bañadas en chocolate
oscuro, las naranjas confitadas, las guindas al marrasquino…
Y las míticas barritas de guirlache, envueltas
en su papel decimonónico, protagonistas de la navidad aragonesa, hechas sobre la
negra piedra de Calatorao del obrador, crujiente, dorado y fragante.

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