Hay cosas que no necesitan
palabras para hablar de una tierra. Un moño bien hecho, un broche antiguo, son un
lenguaje silencioso que habla de raíces, de respeto y de belleza.
Entre las flores y los cantos, los moños de las baturras relucen discretos, los valencianos con riqueza, reflejando la luz de una tradición que no envejece. Cada uno distinto, pero todos unidos por sentimientos de respeto y alegría que envuelven a Zaragoza en los días grandes de fiesta.
Otras manos recogerán el cabello
frente al espejo. Lo trenzan, lo enrollan, lo sujetan con horquillas
invisibles. Cada gesto parece heredado, aprendido mirando a madres y abuelas
que, año tras año, repiten el mismo ritual antes de la ofrenda. No necesita
destacar, porque su elegancia está en la precisión, en la armonía, en la manera
en que guarda el cabello y la historia al mismo tiempo, un lazo invisible que
une generaciones con quien te lo hace.
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