Una de las cosas que más llama la
atención al pasear por Lisboa es la belleza de sus fachadas cubiertas de
azulejos. Las piezas de cerámica esmaltada no solo decoran edificios, sino que
también cuentan historias, protegen del calor y dan a la ciudad un carácter
único.
Los azulejos portugueses tienen
su origen en la influencia árabe y se introdujeron en Portugal en el siglo XVI.
Desde entonces, su uso se extendió a iglesias, palacios, estaciones, casas
particulares e incluso estaciones de metro.
En Lisboa, recorrer barrios como
Alfama, Bairro Alto o Chiado supone encontrarse con fachadas enteras decoradas
con patrones geométricos, flores estilizadas o escenas figurativas en tonos
azules, verdes y amarillos. Cada diseño es diferente, y muchos de ellos tienen
más de un siglo de antigüedad.
Además de su valor decorativo,
los azulejos también servían para aislar las casas del calor y la humedad, una
solución práctica en un clima como el lisboeta. Con el tiempo, se convirtieron
en una auténtica forma de arte popular y en un rasgo de identidad portuguesa.
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