Continuando el periplo por las
Merindades, llegamos a uno de esos rincones que mezclan historia,
espiritualidad y naturaleza de forma asombrosa: la ermita de San Bernabé,
encajada en la boca de una enorme cavidad conocida como el Ojo de Guareña.
Este lugar impresiona desde el
primer momento. La ermita está literalmente excavada en la roca, fundiéndose
con el entorno como si siempre hubiera estado allí. Forma parte de un complejo
kárstico gigantesco, uno de los más extensos de Europa, con más de 100 km de
galerías subterráneas.
La ermita es la entrada principal
del complejo de Ojo Guareña y es parte de las cuevas. Se desconoce la fecha de
su construcción, unos la sitúan en los siglos VIII-IX, pero se cree que es del
siglo XIII. Comenzó estando dedicada a San Tirso y en el siglo XVIII reúne a las
dos advocaciones, prevaleciendo el nombre de Bernabé pues su fiesta se celebra
en junio mientras que la de Tirso sería en enero. Las reformas de
acondicionamiento comienzan a mediados del siglo XVII. En el interior, los
frescos que decoran las paredes de la ermita, algunas deterioradas por las
filtraciones del agua de las corrientes de la gran cueva, narran milagros y
leyendas, y aunque el paso del tiempo los ha desgastado, conservan una fuerza
expresiva dignas de admirar. Lo mismo que, una vez afuera, la vista del
desfiladero y del entorno natural facilitan imaginar por qué este fue un lugar
de culto desde la antigüedad.
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