En lo alto de una muela que
domina el valle del Ebro, se asoma Frías, un lugar que parece esculpido en
piedra y suspendido en el tiempo. Aunque ostenta el título de la ciudad más
pequeña de España, su tamaño no hace justicia a la grandeza de su historia, su
arquitectura y su paisaje.
La primera imagen que atrapa la
mirada es su espectacular silueta: En un extremo el castillo de los Velasco,
encaramado sobre una roca, custodia desde hace siglos este enclave estratégico.
En el otro la iglesia de San Vicente, antigua colegiata, añade aún más carácter
al conjunto desde el siglo XIII. Justo a sus pies, se descuelgan las casas
colgadas. Construidas con entramado de madera y adobe, alineadas sobre el vacío
con una belleza que desafía la gravedad sobre la roca del cerro.
Su posición estratégica sobre el
valle del Ebro hizo que desde la Edad Media fuera codiciada por nobles y reyes.
De hecho, la ciudad fue cabeza de un señorío muy poderoso: el de los Velasco,
cuyos escudos aún decoran fachadas y muros. Fue declarada ciudad en el siglo XV
por el rey Juan II de Castilla, privilegio que mantiene con orgullo. Su puente
medieval sobre el Ebro, de origen romano y reformado en época gótica, es otro
de sus emblemas, con su torre defensiva central y su imponente longitud. Consta
de nueve arcos y una torre fortificada central que servía para controlar el
paso y cobrar portazgo.
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