Cada 29 de enero, Zaragoza se
despierta con el cierzo como protagonista y el espíritu festivo de San Valero,
su patrón. “San Valero, rosconero y ventolero”, repetimos los zaragozanos,
combinando el dulce sabor del día con el cierzo que raro es que falta a la cita
en la ciudad.
La Plaza del Pilar se convierte
en un festín donde espera un gigantesco roscón. Sus colores brillan bajo la luz
de la mañana: la fruta escarchada como joyas, el azúcar como una nevada
reciente, y su aroma envuelve a los vecinos que hace fila con abrigos y
bufandas.
Y allí que van los gigantes y
cabezudos, que despiertan de meses de letargo para recorrer las calles como si
bailaran con el viento. Aparecerán los gigantes, con sus majestuosas figuras
que se balancean al ritmo de los Gaiteros de Aragón. El Rey y la Reina
avanzaban con elegancia, mientras el Chino y la Negra, el Duque, la Duquesa,
Don Quijote, Dulcinea… con su imponente altura, arrancan aplausos y sonrisas. Y
ahí que viene el Morico, el Berrugón, la Forana, el Azutero…, moviéndose rápido
entre los niños que corren y gritan entre risas.
Los más devotos acuden a la Seo
para rendir homenaje al santo, recordando la figura de Valero, obispo de
Zaragoza y símbolo de resistencia y fe. Una buena ocasión para disfrutar de la
catedral, abierta durante todo el día. Y si te quedas tras la misa de las
19,30, te llevas las explicaciones del canónigo Ignacio Ruiz sobre la Seo y su
retablo. Para otros, el día es una oportunidad de disfrutar las actividades
culturales y conciertos que llenan algunas plazas. Porque San Valero no son
solo roscones y viento, es alegría compartida, el sabor del invierno tras la
Navidad y el calor que surge cuando toda una ciudad celebra junta.
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