La vieja cestería de la calle del
Temple lleva décadas allí, resistiendo el paso del tiempo, con su pequeño
escaparate lleno de cestas de mimbre, canastos de esparto y bandejas de junco
entrelazado. Y la puerta, siempre abierta, invitándonos a entrar en busca algo
más que un simple objeto.
Llegará el día que cerrará, pero cestas
y canastos, y hasta las palmas del Domingo de Ramos que hayan salido de allí seguirán
viviendo, colmadas de pan, ropa, cartas, pinzas, cubiertos o flores, como si el alma del viejo
taller aún habitara entre sus mimbres.
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