La lluvia cae con una cadencia
suave sobre la plaza. La multitud no se dispersa. Bajo paraguas y capuchas, los
oferentes seguimos allí, con los ojos fijos en nuestra patrona, porque el agua
que molesta, se convierte en una ofrenda más caída del cielo, una bendición. Nunca sobra el agua; ni en las fiestas. La
lluvia transforma el ambiente, que no deja de ser festivo, intensificando el
aroma a flores. Cada gota es un susurro, todas juntas una jota, una plegaria en
sí.
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