El aire en el bosque otoñal olía
a humedad y hojas caídas. Entre las sombras doradas de las hojas de robles y
las acículas de los pinos, la figura roja brillaba bajo los helechos. Una
alegría perdida entre el musgo, el liquen y las ramas secas. Majestuosa y
enigmática; allí estaba la amanita muscaria. Su sombrero rojo con manchas
blancas brillaba bajo la suave luz dorada que se filtraba entre las ramas de
los árboles. Parecía salida de un cuento de hadas.
En el suelo del bosque, como una
guardiana del otoño, la amanita advierte: en la naturaleza, lo más bello puede
ser también lo más letal. Y ahí la dejamos en su trono de musgo y bajo el palio
de los helechos, para que siga reinando en la penumbra dorada del bosque
otoñal.
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