El Adviento, tiempo de espera está
a punto de acabar, quedando muchas veces reducido a una antesala ruidosa de la
Navidad, donde se habla poco de la Natividad. El Adviento se ha llenado de
luces prematuras, de compras apresuradas y de villancicos repetidos sin pausa.
Se habla de cenas, de regalos y de celebraciones, pero cada vez menos de la
Natividad del Señor. El misterio del pesebre queda arrinconado, casi silenciado
por el ruido de lo inmediato.
Sin embargo, hay lugares donde la
memoria resiste. Allí, en plazas de piedra y calles estrechas, los belenes
vivientes vuelven a abrir una grieta en el tiempo. Representaciones, actos de
fe compartida, de tradición heredada, de comunidad que se reconoce en una
historia. Pastores con manos curtidas, mujeres envueltas en paños sencillos,
niños que aprenden que la Navidad no empezó con regalos, sino con una espera,
en un camino por el que avanzan María y José. La espera humilde de un Dios que
nace en la sencillez.


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