Este año, las cestas de mimbre,
si las últimas lluvias no lo remedian, van a volver a los trasteros tal y como
salieron: vacías. Cestas trenzadas con mimo, listas para llenarse de níscalos,
boletus y amanitas, esperan en vano a las puertas del bosque.
El verano fue demasiado seco, el
otoño demasiado cálido, y las lluvias llegan tarde. Sin ese equilibrio perfecto
de humedad y temperatura, el milagro de los hongos no ha ocurrido.
Salir al monte este año ha sido casi como pasear por un bosque con menos olor a tierra mojada, menos gente removiendo la hojarasca, menos murmullos de emoción al descubrir un ejemplar escondido entre los pinos. Y esas cestas que normalmente regresan rebosantes, hoy vuelven a casa ligeras como las de la postal, esperando lo que la tierra no ha dado.
La naturaleza tiene sus ritmos y
no se deja domesticar.

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