Nadie en el bosque sabía su nombre real, pero algunos murmuraban
que aquel anciano de barba plateada era la
reencarnación de David el Gnomo.
Cada mañana caminaba entre los pinos sin dejar huella, como
solo los gnomos saben hacerlo. Caminaba despacio, con la paciencia infinita de
quien ha vivido lo suficiente. Caminaba entre los pinos con una serenidad
antigua, como quien vuelve a casa después de demasiado tiempo lejos.
A veces, mientras apoyaba las manos a la espalda, parecía
luchar con un recuerdo casi desvanecido. No sabía si era un sueño o una vida
anterior, pero en su corazón persistía la sensación de haber llevado alguna vez
un gorro rojo y de haber comprendido el lenguaje de los animales.
Dicen que, si te cruzas con él, te hablará con voz baja,
como para no perturbar el canto del bosque: “La prisa es cosa de humanos”, y
que siempre se despide con un "Sé feliz."
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