Recuerdo inolvidable de veranos infantiles por la Costa Dorada o la del Azahar era el desagradable, por no utilizar otro calificativo (no se si con los nuevos planes se siguen estudiando los adjetivos), sabor del agua. Tanto la del grifo como la de las fuentes. No se si por aquellos años existía ya el agua embotellada para todos los públicos porque tampoco era cuestión de beber Vichy Catalán, pero lo que es seguro que para mis padres (léase también progenitores en lenguaje inclusivo), no era cuestión de gastarse el dinero en esto; antes lo harían en granizados de la Jijonenca.
Por donde veraneamos ahora el agua del grifo sigue sabiendo. Es lo que ocurre siempre con el agua tratada fuera de tu localidad. Y si descarga una tormenta sale con barro. Pero en las fuentes es "agua bendita". Fresca, insabora si sabes cual, porque hay tantas que hasta tienes sabores para elegir. Por eso veraneantes y no veraneantes retomamos las viejas prácticas de cuando no había agua corriente en las casas y dedicamos tiempo recuperando las labores de "samaritanas" y aguadores.
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