Todas las navidades leía Cuento de Navidad de Dickens, imaginándose caminando por las frías y neblinosas calles del Londres victoriano, rodeado de farolas de gas y el eco de las campanadas de la medianoche. O como un espectador invisible en los salones victorianos o en las humildes casas de los trabajadores londinenses, presenciando las transformaciones de Scrooge y sintiendo el calor de la redención en cada página.
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