domingo, 30 de noviembre de 2025
sábado, 15 de noviembre de 2025
POSTAL DE OTOÑO: El hayedo de Peña Roya
El Hayedo de Peña Roya, situado
en la ladera norte del Moncayo, es uno de los bosques de hayas más bellos y
singulares de Aragón. Se encuentra dentro del Parque Natural del Moncayo, un
entorno montañoso donde el clima y la altitud permiten que prosperen especies
propias de ambientes húmedos y frescos, que te transporta a un bosque
atlántico… aunque siga estando en Aragón. Al adentrarse en el hayedo, te
encuentras cubierto por un dosel frondoso de hayas altas y rectas, cuyos
troncos lisos y grises contrastan con el suelo cubierto de hojas, musgo y
raíces retorcidas.
Aunque ya es un poco tarde en el
calendario, en otoño, el bosque se transforma en un espectáculo de colores
cálidos —ocres, rojizos, dorados— que tiñen el suelo y las copas hasta
convertir el sendero en un túnel natural de luz suave y tonos vivos.
El recorrido por Peña Roya es
suave y accesible, siguiendo caminos bien delimitados que serpentean entre el
hayedo, zonas de pinar y claros desde los que se pueden contemplar las faldas
del Moncayo.
Las rutas que lo atraviesan son
fáciles y agradables. No es un sitio que exija gran esfuerzo físico y Peña Roya
es uno de esos rincones del Moncayo que sorprenden por su belleza sencilla y
natural.
sábado, 8 de noviembre de 2025
POSTAL DE OTOÑO: Concierto en el bosque
El bosque amanecía envuelto en un
silencio frío cuando dos jóvenes aparecieron en un claro cargando objetos que
no pertenecían a aquel lugar: un teclado rojo, una guitarra brillante y dos
pequeños amplificadores que rompían la lógica de cualquier paseo entre los
pinos. Colocaron una manta sobre la hierba y prepararon un escenario bajo la
copa de un pino viejo, cuyos brazos nudosos parecían curvarse para escuchar
mejor cuando sonaron las primeras notas.
Un señor apareció entre los matorrales con una cesta en busca de setas en un otoño no muy dispuesto a ofrecerlas. Al ver a los músicos, se detuvo. No dijo palabra. Tampoco los músicos interrumpieron el hechizo. Simplemente se miraron, y en aquel instante pareció que los tres compartían un pacto: el bosque tenía derecho a la música, y él había llegado para atestiguar lo que estaba sucediendo.
El buscador de setas sonrió, inclinó la cabeza a modo de saludo y, sin romper la magia, continuo su camino, sin hacer ruido, siguiendo rutas que sólo los seteros de siempre conocen.
Cuando un último acorde se
desvaneció entre los árboles, el encantamiento desapareció, pero en el aire
quedó flotando la sensación de que, en ese rincón del bosque, algo imposible
había ocurrido con absoluta normalidad.
jueves, 6 de noviembre de 2025
POSTAL DE OTOÑO: El hombre gnomo
Nadie en el bosque sabía su nombre real, pero algunos murmuraban
que aquel anciano de barba plateada era la
reencarnación de David el Gnomo.
Cada mañana caminaba entre los pinos sin dejar huella, como
solo los gnomos saben hacerlo. Caminaba despacio, con la paciencia infinita de
quien ha vivido lo suficiente. Caminaba entre los pinos con una serenidad
antigua, como quien vuelve a casa después de demasiado tiempo lejos.
A veces, mientras apoyaba las manos a la espalda, parecía
luchar con un recuerdo casi desvanecido. No sabía si era un sueño o una vida
anterior, pero en su corazón persistía la sensación de haber llevado alguna vez
un gorro rojo y de haber comprendido el lenguaje de los animales.
Dicen que, si te cruzas con él, te hablará con voz baja,
como para no perturbar el canto del bosque: “La prisa es cosa de humanos”, y
que siempre se despide con un "Sé feliz."
miércoles, 5 de noviembre de 2025
POSTAL DE OTOÑO: Otoño de cestas vacias
Este año, las cestas de mimbre,
si las últimas lluvias no lo remedian, van a volver a los trasteros tal y como
salieron: vacías. Cestas trenzadas con mimo, listas para llenarse de níscalos,
boletus y amanitas, esperan en vano a las puertas del bosque.
El verano fue demasiado seco, el
otoño demasiado cálido, y las lluvias llegan tarde. Sin ese equilibrio perfecto
de humedad y temperatura, el milagro de los hongos no ha ocurrido.
Salir al monte este año ha sido casi como pasear por un bosque con menos olor a tierra mojada, menos gente removiendo la hojarasca, menos murmullos de emoción al descubrir un ejemplar escondido entre los pinos. Y esas cestas que normalmente regresan rebosantes, hoy vuelven a casa ligeras como las de la postal, esperando lo que la tierra no ha dado.
La naturaleza tiene sus ritmos y
no se deja domesticar.



