Moviéndonos por tierras del Cid, y por ambientarnos, nos trajimos como lectura veraniega, de esa que se lee a la sombra de la piscina, Sidi de Pérez Reverte. El caso es que para este viaje no hacía falta estas alforjas pues en la novela el Cid se mueve por Zaragoza y por esa zona de la Franja tan tristemente notoria durante este mes de julio.
En la historia real de Rodrigo Díaz de Vivar Zaragoza es importante, y sin embargo esta ciudad nunca lo ha destacado en su memoria. Es verdad que hay una calle cerca del Parque Grande, pero como sucede en tantas poblaciones españolas, del mismo modo que, quien más quien menos tiene en su casa El Cantar del Cid (versión Menéndez Pidal, quien también tienen una calle).
Podríamos pensar con una explicación trivial y simple, para nada historiográfica, que en tiempos pasados no se iba a encumbrar a un mercenario que luchaba a favor el la taifa de mora de Zaragoza, incluso en contra de los cristianos. Actualmente tampoco lo vamos a recordar al tratarse de un caudillo militar ensalzado por la historiografía de antiguos regímenes. De tener estatua, malos tiempos para la misma; si hasta las de Cristóbal Colón están en peligro.
De momento en Burgos sigue la estatua del Campeador, y ningún Ministro de Fomento ha cuestionado, como en su momento pasó con el toro de Osborne, el cartel de la postal que aparece al entrar en la provincia
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