Por
iglesias no será en Roma. El caso es que en la que entres siempre encuentras
algo que la hace especial, una singularidad que la convierte en merecedora de
ser visitada o de aparecer como lugar indispensable en una guía de viajes. Y la
de Santa María de sopra Minerva reúne más de una condición para merecerlo.
Al
lado del Panteón, junto a una excentricidad barroca de Bernini, que coloca un
pequeño obelisco egipcio sobre la escultura de un elefante, aparece esta
iglesia cuya fachada llama poco o nada la atención. Y sin embargo, al cruzar su
umbral, entramos en la que se considera como la única iglesia gótica de Roma, y
que recibe su nombre porque la tradición cuenta que se levantó en los primeros
años del cristianismo sobre un templo dedicado a la diosa Minerva.
Actualmente
la iglesia se encuentra en obras, pero se puede acceder al presbiterio por la
puerta de atrás, dando un rodeo porque la iglesia esta anexionada a otros
edificios.
De
camino por la vía de Piè di Marmo, esquina Via di Santo Stefano del Cacco, nos
encontramos con eso, con el pie de mármol, un fragmento de lo que debió de ser
una estatua colosal. Llegas a una calle sin salida, estrecha, adoquinada y
llena de socavones, como todas las circundantes. Coches aparcados hasta en la
misma puerta. Si no sabes dónde te diriges pasarías por alto esta bocacalle y
esa puerta que te conduce a todo un universo estrellado pintado en el siglo XIX
en las bóvedas que cobijan la estatua del Cristo resucitado de Miguel Ángel o a
las sepulturas de los papas Clemente VII y León X, de la influyente Catalina de
Siena o el gran pintor Fra Angélico.
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