Mientras disfrutamos del sol, sentados en las escalinatas de la fuente de la plaza, y tomando un cappuccino de "La Taza de Oro", (si has pasado por ahí ya sabes, el del "mejor café del mundo". Y por solo un euro), alguien dice que en sus vagos recuerdos infantiles al Panteón se entraba como al Pilar, en tropel, sin filas, siempre lleno de gente y gratis. Alguien contesta, que se sigue entrando como al Pilar, pues ahora también se hace fila. Menos al Corte Inglés, a todos los sitios se entra haciendo cola. También es cierto que en el Corte Ingles ultimamente hay menos gente que en el Pilar.
Al llegar a la piazza della Rotonda siempre impresiona la mole del Panteón. Aunque no sea la primera vez que lo veas. Impresiona por sus dimensiones, por la elegancia de su pórtico y por saber que lleva ahí más de 2000 años. Y cuando entras aún impresiona más porque su interior parece que no concuerde con la sobriedad exterior. Un espacio circular cubierto por una cúpula semiesférica sobre un
tambor circular que tiene una altura igual a su diámetro de 44 metros. Si lees a los que saben te explican que es la mayor cúpula de hormigón en masa de la historia de la arquitectura.
Es
uno de los edificios de la Antigua Roma mejor conservados ya que su uso ha sido continuo durante todo el devenir de la ciudad. De panteón de Agripa y templo con Adriano, a ser utilizado como iglesia cristiana a partir del siglo VII.
El panteón de Adriano, el mausoleo de Adriano, el templo de Adriano... el nombre del segundo emperador hispano aparece entre las construcciones más monumentales de la ciudad. Por eso lo teníamos como un grande hasta que las novelas de Santiago Posteguillo nos lo dibujaran como miserable y traidor, todo lo contrario que Yourcenar que en sus "memorias" nos lo dibujaba sabio y cultivado.
Restos del templo de Adriano
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