Son las 7 y cuarto de la mañana. San Pietro in Víncoli tiene un horario raro, pero es madrugadora en su apertura, como casi todas las iglesias romanas. Sus naves se encuentran vacias de fieles o turistas y tan solo el sacristán, que acaba de abrir las puertas, se afana con una escoba.
La ubicación y el aspecto exterior de la iglesia no está acorde con su contenido. Una reliquia del cristianismo y una obra cumbre de la escultura universal.
San Pedro encadenado. Esa es la traducción ya que el templo fue construido en el siglo V para venerar las cadenas con las que ataron a
San Pedro durante su encarcelamiento en Jerusalén, siendo expuestas en un
relicario bajo el altar.
Piensa en las iglesias de tu ciudad, de cualquier ciudad. Casi siempre cerradas, solo abiertas en horas de culto. Piensa en aquellas que puedan tener un reclamo artístico, turístico. Seguramente hay que pagar una entrada. O hacer reservas para no contaminar la restauración. A Roma le sobran iglesias, arte, artistas y turistas. Y sin embargo todas se mantienen abiertas y gratis; a lo sumo unas monedas para la iluminación. Y así admiras en la soledad de una nave al Moises de Miguel Ángel, a los Caravaggios de San Luis de los Franceses, Il Gesú, San Ignacio, San Andre della Valle... todas las que hemos hecho referencia en estas crónicas y muchas más.
La basílica del Pilar de Zaragoza es la única que se me ocurre con esas características. Siempre abierta, sin tarifas, y con alicientes devotos y artísticos. Goya ya es un motivo, y la Santa Capilla no desmerecería a ninguna iglesia romana.
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