En un rincón olvidado, aparece un
banco devorado por la zarzas y matorrales. Las enredaderas serpentean a través
de sus tablas, reclamando su territorio con paciencia implacable. No engrosará
la lista de mejor banco del mundo; sin embargo, la madera crujiente susurra
historias de días pasados, cuando el bullicio de la vida ocupaba su respaldo.
La maleza, como un testigo
silente, ha envuelto al banco en un abrazo eterno. Todo un banco digno de Bill
Turner mimetizado con el mar en las bodegas del “Holandés Errante” y devorado
por los años.
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