Una vez más volvemos a pasear por
las empedradas calles de Covarrubias. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo de
tonos cálidos las fachadas de las casas centenarias. Suena a relato manido,
pero aquí, es verdad que el tiempo parece detenerse mientras contemplas las
casas de entramado de madera, testigos silenciosos de siglos de vida. Un lugar
donde la belleza de lo simple, como esas vigas entre adobe y piedra, brilla con
intensidad.
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