Madrid tiene algo que la
diferencia del resto de las grandes ciudades del mundo: la manera en la que
ha sabido conservar su sabor castizo. Siendo una capital moderna y puntera, de un país moderno, ha sabido mantener una identidad que sigue intacta. Conviviendo con marcas y franquicias de las que hay en todo el mundo, tiendas, bares, restaurantes, librerías, sobreviven, incluso manteniendo lo añejo del local cuando cambian negocios o actividades. Todas las calles evocan a alguien o a algo que paso por ahí, que vivió por ahí, llenándose aceras y fachadas de placas conmemorativas. Esto es así hasta el punto de que, aun hoy,
basta caminar por sus calles para toparse con escenas que parecen salidas de
las páginas de las novelas de
Pérez Galdós.
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