Tiene su encanto poder decir que uno vuelve al lugar de sus ancestros. No lo digo por mi, que no los localizo más allá de Zaragoza y Azcoitia (donde no tenemos a nadie y nunca he ido). En Castrovido mis hijas pueden poner cara a sus tatarabuelos y a sus posesiones.
Pero la historia de estos antepasados no es sino reflejo de como se vaciaron ciertas partes de España. Las tías mayores de mis hijas, las que rondan la cincuentena, dicen que cuando conocieron esta aldea las calles eran de tierra, apenas había agua corriente en las casas y escasa luz eléctrica. La bisabuela conoció un militar de un pueblo aguas abajo del río Arlanza y al casarse decidió no volver más al pueblo, recorriendo España de cuartel en cuartel. Y a fe que lo debió cumplir, dejando los tres molinos que poseía la familia en manos de quien los quisiera.
La señora no volvió. A sus hijos, nietos y bisnietos si que les gusta volver. Atravesar el puente romano, conocer los molinos, subir al castillo y disfrutar de la fiesta del Carmen y de sus garrapiñadas. Las calles están asfaltadas, hay agua corriente y luz. Los molinos no funcionan pero se mantienen en pie gracias a la parte de la familia que si los quiso. Pero la estampa de Castrovido poco a cambiado con el paso de las décadas.
Es como decir aquello de "ayer soñe que volvía a Manderley" o "yo tenía una granja en Africa".... pero en Burgos. No queda tan "glamuroso" pero a nosotros nos encanta.
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