La anciana aguarda con serena paciencia su turno en la
ofrenda. Sostiene en sus manos un bastón y un ramo de flores mientras
observa, ocultando la mirada con sus gafas, a los jóvenes con sus coloridos atuendos y las gaitas y tambores de su tierra. La vieja a ratos sonreía con
ternura. Sabe que su turno llegará. Ya le queda poco y la paciencia es su virtud, y en esa espera serena,
encuentra una profunda gratitud recordando todas las ofrendas que ha vivido y las que
aún, espera, le quedan por vivir.
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