Se quedó dormida después de ver la película "Vaya Santa
Claus" una vez más. La película la llevó a soñar y el sueño al Polo Norte.
Y allí, entre montañas de juguetes y el centelleo de luces navideñas perpetuas,
se unió a los elfos jugueteros en la fábrica de juguetes y se convirtió en aprendiz
de Santa. Su risa resonaba junto con el martilleo de los talleres, mientras
forjaba juguetes con un toque único y especial.
Y cuando paraba de trabajar se ponía a descubría los rincones
del País de Papá Noel. Un lugar mágico donde los copos de nieve danzan todo el
año y la fábrica de juguetes, las chocolaterías, el carrusel o las tiendas de
caramelos están abiertas todo el año y funcionan sin descanso.
Paseando se cruza con los renos traviesos jugando en la
nieve con los duendecillos, personajes mágicos que solo existían en su propia imaginación:
renos parlantes, hadas del hielo y árboles que cantaban villancicos. La Navidad
del cine le había envuelto por completo. Se sumergió en el mundo mágico donde
la creatividad fluía como la nieve en invierno. Hasta que despertó, sabiendo que,
aunque fuera un sueño, la magia de la temporada siempre la acompañaría.
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