“- ¡Pedro, Pedro, están ardiendo!
¡Todas las montañas arden! Y también la nieve y el cielo. ¡Fíjate, fíjate cómo
arden las rocas! ¡Qué bonita es la nieve en llamas! ¡También está ardiendo el
nido del gavilán! ¡Mira las rocas, los árboles! ¡Todo está ardiendo!
- No es nada. Eso pasa todos los
días —respondió Pedro tranquilamente; siguió mondando la vara que había cortado
y añadió- : No es ningún fuego.
- ¿Entonces qué es? —preguntó
Heidi, que no sabía a qué lado mirar primero, tan bello le parecía el
espectáculo—. Dime, Pedro, ¿qué es? —preguntó la niña por segunda vez.
- No sé, eso sucede así y nada más
—contestó rápidamente el muchacho.
- ¡Oh, fíjate! —exclamó Heidi, cada
vez más excitada—, ahora todo se vuelve color de rosa. Mira aquella montaña
cubierta de nieve como está, y aquella otra tan puntiaguda.”
Este
atardecer nos ha pasado como a Heidi el primer día que sube a los pastos.
Después de un día fantástico de playa, el ocaso nos ofrece una versión en rosa
del atardecer, tal vez celoso de la surfista que se atreve a presentarse a
estas horas de la tarde con su tabla rosada, retándola a ver quien ofrece el
reflejo sobre la arena mojada el color más llamativo.
El
plan era subir por la "cicatriz" del cabo de Oyambre hasta Gerra para
ver la puesta de sol sobre la playa del Merón, pero las laderas del otro lado
se han convertido en un graderío snob de ambiente "chill out"
abarrotado de personal dispuesto a aplaudir ante el espectáculo diario. Nos
quedamos en este lado hasta que de rosa solo quede la tabla y los grises
dominen el entorno
“- ¡Qué preciosa es la nieve color
de rosa! ¡Oh, qué color más lindo aquél de allí arriba! ¡Ah! Todo ahora se
vuelve de color gris… ¡Oh Pedro, todo se acabó!
Y Heidi se sentó en la hierba, muy
decepcionada, como si realmente todo hubiera acabado para siempre.
-Mañana lo verás otra vez —dijo
Pedro—, y ahora levántate, que es hora de marchar..”
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