Cumplimos, como con tantas otras
cosas en los últimos tiempos, 75 años de la aparición de las Cruces In Memoriam
en nuestras cofradías, pues la primera data de 1941 cuando la incorpora la Sección de la Virgen de los Dolores que
ya contaba con nueve difuntos en sus primeros años de discurrir cofrade. Posiblemente
encontremos explicación a su singular presencia en nuestra ciudad en la coyuntura en la que surgen las cofradías, cuando se plagaba de cruces a los
caídos pueblos y ciudades y de listas de “muertos por la patria” las fachadas
de las iglesias.
En el Programa de Semana Santa de
1993 de la Cofradía
de la Institución
de la Sagrada
Eucaristía podemos leer por la pluma de Javier Barco:
“Ser cofrade en Zaragoza y morir
dentro de una de nuestras cofradías significa no dejar nunca de participar en
sus cultos, continuar por siempre jamás, al menos mientras lo haga su cofradía,
procesionando por las calles de Zaragoza. En todos y cada uno de los actos en
los que se encuentra presente la
Cruz In Memoriam desfilan los que un día estuvieron entre
nosotros, aquellos gracias a los cuales hoy día debemos nuestra cofradía”
En este párrafo queda definido el
espíritu que envuelve este genuino atributo, un tipo de cruz que no se
encuentra en ninguna otra Semana Santa y que portan la casi totalidad de las
cofradías zaragozanas. No es un mero adorno, ningún atributo lo es. Todos
tienen su significado dentro del cortejo pues nunca podemos olvidar que una
procesión no es sino un instrumento de evangelización.
Para muchas cofradías de advocación mariana o con misterios anteriores al camino del Calvario, y sin la costumbre
de portar una cruz guía o la cruz parroquial, su existencia posibilita que el signo
que nos identifica a los cristianos esté presente. Y Junto a ella, también los
ausentes. Muchos de ellos queridos y añorados. Modelos de buen cofrade, de
hermanos con los que hemos construido hermandad, unas veces tocando el tambor,
otras bajo las trabajaderas, las más de las veces en encuentros, procesiones y eucaristías
o en la caridad. O simplemente disfrutando de la amistad. Pues como rezaba la
antigua cruz del Descendimiento: “Nuestros Muertos nos señalan el camino a
la eternidad”.
Como la del Gólgota todas son de
madera. Las hay suntuosas o sencillas. Inspiradas en la cruz guía, con
reminiscencia de cruz de sudario o de tau franciscana.
Las hay también con formas
vanguardistas o las que recogen la tradición del crucificado alzado, el más
primitivo de los atributos procesionales.
Y tú su portador, te conviertes en un
afortunado Cirineo, y seguramente te darás cuenta de lo pesada que es la Cruz. Como no va a ser
pesada si está hecha de almas y de los recuerdos de muchos seres queridos. Conforme
pasan los años, esa Cruz nos parecerá más pesada, pues se irán cargando con la
emoción del recuerdo permanente de familiares y amigos con los que compartimos
vivencias cofrades.
Y les recordamos. Claro que les
recordamos. Nombres grabados en la madera. Placas con los nombres de nuestros
cofrades. O una simple cruz, lisa y llana. Todas representan procesional y
simbólicamente a los hermanos que nos han precedido en su llegada definitiva a la Casa del Padre. Y si como
cristiano, la muerte de un ser querido nos debería crear el sentimiento contradictorio
del dolor de la perdida con la esperanza del creyente en la
Vida Eterna , para nosotros, los cofrade, al
dolor y la esperanza unimos el saber que siempre seremos recordados. Y que la
cofradía nos brindará el mejor sitio para ello.
No todos podremos gozar del
privilegio de portar una Cruz in Memoriam, de ser el Cirineo de las almas de nuestros difuntos. Pero de nosotros
depende tener el honor de estar en ellas, pues solo nosotros nos podemos quitar
ese derecho. Tan solo tenemos que ser cofrades…a ser posible "buenos cofrades"... con todo lo que esto implica.
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