La colaboración de Baltasar Garzón, que lleva por título “Reaccionar para avanzar”, tal vez sea la más mordaz y directa de todo el liro. Se aprecia lo quemado que está el juez con sus experiencias con la política, los políticos y la politización manipulada e interesada del poder judicial y medios de comunicación. Para quien lo quiera leer aquí va un enlace donde aparece al completo. Y a continuación la síntesis de las frases que me han parecido más interesantes.
http://www.popularlibros.com/audiovisuales/pdfs/417783.pdf
Alguien ha dicho que nos ha tocado vivir los tiempos de la vergüenza, la mediocridad y la renuncia.
VERGÜENZA por el abandono de unos principios que nos deberían ayudar a afrontar y superar los retos de una crisis económica fabricada por un capitalismo rampante, prototipo de la corrupción política y económica alineada con la libre evolución de los mercados y la incompetencia de unos líderes políticos y responsables económicos más atentos al aprovechamiento personal y corporativo que al servicio público y progreso social al que, respectivamente, se deben.
MEDIOCRIDAD, porque se ha desarrollado una visión alicorta de la situación política, social y económica en la que todos tratan de destruirse escupiéndose necedades a la cara, pero olvidando tomar decisiones consensuadas en beneficio de los ciudadanos. El interés inmediato es el interés del poder, pero sin una idea clara de qué hacer con él más allá de la simple detentación del mismo.
RENUNCIA, porque, culpablemente, todos, en un escenario de corresponsabilidad, estamos consintiendo y propiciando esa situación sin desarrollar una exigencia firme, sosegada y definitiva de rendición de cuentas a la sociedad y sin participar para que la situación cambie. Se ha cedido de forma definitiva a la acción de los que siempre detentan el poder real en una sociedad galvanizada y adormecida a la que cada vez más se le restringe el protagonismo en la esfera de los acontecimientos que la afectan y marcan su destino. El conformismo ante lo inevitable se ha convertido en la regla, cuando en realidad debería ser esa misma sociedad civil la que quebrara la inercia impuesta arteramente por los partidarios de que la situación no cambie.
Los falsos líderes, a imagen de los exaltados telepredicadores que vociferan en los canales de la televisión por cable, aparecen como salvadores de las conciencias de esa sociedad sumisa, sometida al encanto del insulto y la vaciedad.
Frente a todo esto es preciso REACCIONAR y llamar a las cosas por su nombre.
Por desgracia la capacidad de indignación, motor de la capacidad para reaccionar, está vacía. El nivel de adormecimiento es muy peligroso porque conduce al desinterés más absoluto por lo público y por lo solidario. Nada es mío y, por tanto, nada tengo que hacer por mejorarlo.
Esto, necesariamente, tiene que cambiar, este consentimiento indiferente tiene que revertir, en especial en los jóvenes, en un compromiso militante. Los ciudadanos tenemos que reivindicar el espacio que algunos formadores de opinión, debidamente asalariados por aquellos, han ocupado, usurpando el lugar que nos corresponde. No podemos renunciar a conseguir que los líderes y los representantes populares abandonen la demagogia y la mentira a cambio de permanecer en un puesto que honesta y democráticamente no les corresponde desde el momento en el que quebrantan el acuerdo con el ciudadano sellado en una elección democrática.
Y a los miembros más veteranos de esta sociedad del siglo XXI les pido y casi les exijo que dejen de estar mediatizados por el miedo, la timidez, la trivialidad de los compromisos sociales, por las falsedades religiosas, por las actitudes pasivas que nos asemejan a una especie de avestruz humana que esconde la cabeza debajo del forro de la chaqueta y que se tapa los oídos y los ojos para no vivir lo que ocurre ante nuestros ojos, siguiendo el lema de «ver, oír y callar».
Este ejemplo es nefasto para las generaciones más jóvenes.
Por desgracia en el mundo occidental actual hay demasiados espectadores y pocos protagonistas. Vivimos en una sociedad epidérmica preñada de superficialidad en la que a quienes se comprometen y pelean por mejorar y cambiar las cosas se los persigue y aniquila.
Debería indignarnos cada vez más la proliferación de cadenas con apoyos políticos y empresariales claramente definidos, cuyos programas de televisión basan el éxito en atemorizar y amedrentar a la ciudadanía diciendo a la mitad de España que la otra mitad está formada por una banda de cabrones egoístas e incompetentes. Para hacerlo tan sólo cuentan con el argumento del grito y la expresión soez, y con ello faltan a la más elemental ética y al respeto a la diferencia que deben revestir la convivencia democrática.
Otra cosa que nos debería preocupar seriamente es la despreocupación por que los jóvenes y los niños conozcan desde las escuelas los hechos históricos determinantes que acontecieron en España y que durante más de cuarenta años se ocultaron. En todos los países democráticos que conozco y que han tenido un periodo dominado por la represión y la dictadura se han hecho esfuerzos para contarlo y explicarlo en los planes de enseñanza; como también se ha intentado dar una respuesta desde la justicia. Aquí setenta y cinco años después todavía se sigue sin reconocer una parte de la historia.
Todo ciudadano/a tiene derecho a una política honesta y sin corrupción ejercida por representantes directamente elegidos por el pueblo.
Todo ciudadano/a tiene derecho a una justicia independiente e imparcial, responsable y comprometida con la sociedad, que otorgue a las víctimas una verdadera reparación y protección de sus derechos.
Todo ciudadano/a tiene derecho a unos medios de comunicación libres, alejados de la manipulación y que ofrezcan información veraz y contrastada.
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