El ciclismo es un gran deporte. Distinto al resto. Las carreteras se convierten en un estadio con un graderío infinito, que acerca a la afición a sus ídolos como en ningún otra disciplina. Y no distingue entre "superligas" de esas que quiere montar Florentino, categorías o divisiones. Ni las carreteras tienen porque ser autopistas o solo atravesar ciudad capitales de naciones que juegan "la Champion".
Vemos atravesar el pueblo en fiestas a un pelotón ciclista camino de las Lagunas de Neila, entre las barracas de las ferias y los tiovivos. Es la Vuelta a Burgos. Allí va Adam Yates, quien hacía solo una semana contemplaba los Campos Eliseos desde el tercer puesto del Tour de Francia.
Vemos también a Roglic, una de las superestrellas de la actualidad. Vivimos una época dorada del ciclismo, con una pléyade de grandísimas estrellas del deporte en general que compiten desde enero a octubre y ahí donde participan sabes que van a ganar o al menos a disputarse la carrera entre ellos. Se acabó las épocas en que se elegían carreras como entrenamiento. Para Pogacar, Roglic, Evenepoel, Vingegaard, Van der Poel oVan Eyck, no hay carrera que no se merezca ser ganada; estos dos últimos hasta de octubre a enero en el ciclo cross. Por eso la Vuelta a Burgos la ha ganado Roglic.
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