Al igual que con la charanga,
también apoyaríamos que las ferias ambulantes en las fiestas de los pueblos en
verano fueran declaradas Patrimonio de la Humanidad. Su llegada provoca un
bullicio colorido que se extiende por la plaza principal, atrayendo las risas y
las emociones bajo los toldos rayados.
Los niños correteaban entre los
puestos, sus ojos brillando con la promesa de algodón de azúcar y montañas de
palomitas de maíz. El aroma dulce y salado flota en el aire, mientras los
carruseles giraban con música alegre, pintando sonrisas en los rostros de
padres y abuelos.
Las luces parpadeantes iluminan
la noche como estrellas fugaces, mientras las risas y los gritos de alegría se
mezclaban con el sonido alegre de la música de las atracciones. Los vendedores
ambulantes ofrecían sus tesoros efímeros: juguetes brillantes, peluches, globos
de colores y máscaras festivas que convertían a los niños en héroes temporales.
Las luces se apagaran al final de
la fiesta, la chispa de la felicidad perdurará en los corazones hasta el
próximo verano.
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