El sol asomaba tímido entre las
nubes, mientras el aire fresco del Cantábrico acariciaba sus rostros. Me
despido de Iñaki y Nerea que acaban de llegar a Comillas desde Cádiz. Han dejado atrás
el calor abrasador del sur para encontrarse con el mar que ruge entre acantilados
verdes. Caminan por la playa desierta, donde un niño dibuja en la arena
historias efímeras que en un momento se verán atrapadas por las olas. No
hay prisa, ni multitudes, solo el susurro del mar y la promesa de una tarde
tranquila, mientras el paisaje les recuerda que veranear en el Cantábrico no es
solo un escape, sino una invitación a saborear la vida con calma, un refugio donde
el verano es un secreto compartido entre el mar y los cielos grises.
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