Atardece en el pantano. Pasan de las diez de la ¿tarde? y es hora de ir recogiendo. Ojala se pudiera seguir alargando el día. Ojala tuviéramos un verano nórdico. Teresa mira la puesta obnubilada en sus en sus pensamientos, esperando que su padre le reclame desde la lancha para atracar de vuelta al embarcadero, mientras los Müeller ya lo hacen con su velero. En otra postal ya te hablaré de Teresa. También de los Müeller.
Críos con camisetas de James (el James que se pronuncia "james"), siguen dándole al balón sobre la arena, ajenos a las reclamaciones de la madre de uno de ellos de que es la hora de tornar a casa "mi amol", a la vez que recogen las latas de cervezas del Mercadona, las botellas de tinto de verano, cierran las neveras portátiles, pliegan toallas, esterillas y cubren con ropas sus minúsculos bikinis.
Una adolescente aún se da el último chapuzón, recortando su silueta ante el sol que se despide. Por fin sus colegas han apagado la insufrible música que llevábamos oyendo toda la tarde.
La familia sigue jugando al "Kubb", proclamado juego del verano y así seguirán hasta que no se vea. Lo dicho; necesitamos un verano nórdico.
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