El viernes en el Teatro Principal ví la última de Els Joglars. La Cena. Me gustó. Es una crítica a la sociedad actual y a su vocación puritana en la que todos expresan su enorme bondad y solidaridad con el Tercer Mundo o el cambio climático, cuando la realidad es muy distinta.
Satiriza sobre cómo los políticos sólo hacen movimientos de escaparate y nunca tocan el fondo de la cuestión y sobre cómo el cambio climático se ha convertido en un asunto de fe.
La acción se inicia a través de la preparación de una cumbre internacional sobre cuestiones climáticas celebrada en un Parador Nacional, y en la que el Gobierno español se responsabiliza de la cena de clausura.
En dicho ágape -en el que aparecen personajes como una Ministra de Medio Ambiente, que guarda similitudes con la actual, se pretende deslumbrar a los mandatarios extranjeros ofreciendo un menú encomendado a un genio gastronómico, como demostración de alta cocina vanguardista respetuosa con la ecología y el medioambiente.
A través de este argumento se van introduciendo críticas a la impostura y la frivolidad con que las administraciones políticas tratan las cuestiones que tienen que ver con la naturaleza y el medioambiente; al fomento de los temas ecológicos y del cambio climático, promovidos en versión catastrofista, creando una nueva moda que inspira su tratamiento como forma contemporánea de religión; y a la disposición de la gente a seguir cualquier personaje como Al Gore que, según Boadella, "va por el mundo con su show y con mucho morro".
Cuando el director de la obra la presentó en rueda de prensa reveló que en la representación también aparecerán alusiones al reciente problema del agua y acusaciones de "irresponsabilidad" a los políticos y ciudadanos por haber convertido en una "religión" la preocupación por el cambio climático.
Boadella ejemplifica estas actitudes y el "negociazo" que rodea a las cuestiones medioambientales, recordando que actualmente "hay más de 400 instituciones dedicadas a que no se extinga el lince ibérico y, a pesar de ello, el lince se muere", por lo que planteó si no habría que reflexionar sobre si "a lo mejor, hay que dejar morir a este animal".
A su juicio, "el disparate de halla en el constante estímulo de una política de consumo compulsivo y al mismo tiempo los simulacros de lucha por un mundo sin contaminación".
Satiriza sobre cómo los políticos sólo hacen movimientos de escaparate y nunca tocan el fondo de la cuestión y sobre cómo el cambio climático se ha convertido en un asunto de fe.
La acción se inicia a través de la preparación de una cumbre internacional sobre cuestiones climáticas celebrada en un Parador Nacional, y en la que el Gobierno español se responsabiliza de la cena de clausura.
En dicho ágape -en el que aparecen personajes como una Ministra de Medio Ambiente, que guarda similitudes con la actual, se pretende deslumbrar a los mandatarios extranjeros ofreciendo un menú encomendado a un genio gastronómico, como demostración de alta cocina vanguardista respetuosa con la ecología y el medioambiente.
A través de este argumento se van introduciendo críticas a la impostura y la frivolidad con que las administraciones políticas tratan las cuestiones que tienen que ver con la naturaleza y el medioambiente; al fomento de los temas ecológicos y del cambio climático, promovidos en versión catastrofista, creando una nueva moda que inspira su tratamiento como forma contemporánea de religión; y a la disposición de la gente a seguir cualquier personaje como Al Gore que, según Boadella, "va por el mundo con su show y con mucho morro".
Cuando el director de la obra la presentó en rueda de prensa reveló que en la representación también aparecerán alusiones al reciente problema del agua y acusaciones de "irresponsabilidad" a los políticos y ciudadanos por haber convertido en una "religión" la preocupación por el cambio climático.
Boadella ejemplifica estas actitudes y el "negociazo" que rodea a las cuestiones medioambientales, recordando que actualmente "hay más de 400 instituciones dedicadas a que no se extinga el lince ibérico y, a pesar de ello, el lince se muere", por lo que planteó si no habría que reflexionar sobre si "a lo mejor, hay que dejar morir a este animal".
A su juicio, "el disparate de halla en el constante estímulo de una política de consumo compulsivo y al mismo tiempo los simulacros de lucha por un mundo sin contaminación".
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