Visitar San Juan de Luz es obligado
si recorres la Costa Vasca francesa. Situada a orillas del Atlántico, muy cerca
de la frontera con España, esta ciudad combina el sabor marinero con la
elegancia de un destino vacacional histórico.
Calles peatonales con casas
típicas de entramado de madera, plazas llenas de vida, de bares, restaurantes y
tiendas con productos locales que invitan a detenerse y saborear el ambiente. Y
aquí es donde hay que nombrar los macarons tradicionales de la Maison Adam.
Según cuenta la historia, fueron servidos a Luis XIV durante su boda en 1660, y
al rey le gustaron tanto que la fama de estos dulces se extendió por todo el
reino. Hoy, más de tres siglos después, siguen elaborándose según la receta
original en la misma confitería, que aún se encuentra frente a la plaza Louis
XIV.
Y es que, el Rey Sol se casó con
María Teresa de Austria en la Iglesia de San Juan Bautista, cuyo interior, con
galerías de madera y un retablo impresionante, merece una visita pausada.
Y es que San Juan de Luz cuenta
con un patrimonio arquitectónico con
muchas historias, como Le Maison Louis XIV, residencia del rey durante su
estancia en 1660 y le Maison de l’Infante donde se alojó la infanta española
antes del enlace. También el Ayuntamiento, donde se anunció oficialmente la
unión real franco-española.
El puerto pesquero conserva su
autenticidad y sigue siendo el corazón de la localidad. Muy cerca, la playa
principal, protegida por un rompeolas, es perfecta para un baño tranquilo, para
disfrutar del sol con vistas a la bahía, o pasear por el paseo marítimos.
Uno de los rincones más emblemático
del paseo marítimo es La Pérgola, una estructura que combina lo arquitectónico
con lo escénico. Su diseño art déco aporta un toque elegante que recuerda la
época dorada del turismo que tuvo San Juan de Luz cuando la puso de moda como
lugar de veraneo la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Al
igual que sucedió con Biarritz, su presencia atrajo a la nobleza, artistas y
figuras influyentes de la época, lo que consolidó la reputación del pueblo como
destino elegante y refinado. Se construyeron entonces villas señoriales, balnearios
y paseos marítimos que aún hoy reflejan ese esplendor de la Belle Époque, como
el Gran Hotel, construido a principios del siglo XX, uno de los hoteles
históricos de la ciudad. Se sitúa en pleno centro y conserva su elegancia
clásica.
Desde allí, otro de los
atractivos es el paseo hasta la Pointe Sainte-Barbe, desde donde se contempla
todo el litoral y el atardecer.
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