Se había autoproclamado Rey del Cañón del rio Lobos por las veces que lo había recorrido. Decía conocerlo como la palma de su mano; pero se dio cuenta que hablaba de más cuando al llegar una vez más el cauce bajaba con caudal y no podía atravesar los vados o hacer el recorrido habitual en bicicleta.
Era un rey que solo visitaba su dominio en verano; con un cauce de piedras, no de agua. Con una riberas quemadas por el sol y no verdes a causa de un otoño lluvioso. O blancos por la rosada de la madrugada que acumulaba la escarcha ahí donde no llegaba el sol.
En verdad el rio Lobos seguía llegando seco hasta el Puente de los Siete Ojos, pero ahí desemboca el arroyo del Arganza que viene bien repleto de agua. El cauce se transformará en el rio Ucero que desembocará en el Duero en el Burgo de Osma.
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