En el corazón del estío, la
tierra se abrasa ante la danza del sol inclemente. Los campos ceden su manto
verde ante la embestida dorada del verano. Un amarillo resplandeciente, como si la naturaleza tejiera con
hilos de sol su propio tapiz.
La luz del sol acaricia la tierra sedienta, transformando los campos en un lienzo resplandeciente. El amarillo se convierte en un testamento del calor que abraza la naturaleza, marcando el compás de la estación con pinceladas luminosas. En este escenario efímero, los campos amarillean en un abrazo cálido, recordándonos la magia fugaz del verano.
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