Apenas un kilómetro y medio es la distancia entre el dique que separa la desembocadura de la ría de San Vicente de la playa del Merón hasta el restaurante la Folía. Y este siempre es una buena excusa para visitar la villa marinera, y una motivación para realizar un paseo.
La marea está subiendo y las aguas comienzan a rellenar completamente la bahía además de acoger el viejo faro. Lo mismo ocurre con los estuarios del Pombo y de Rubín, las rías que abrazan el pueblo. En la playa del Merón los surfistas esperan la ola, mientras que la del Tostadero se va vaciando de bañistas.
Damos cuenta de la inmensidad de la bahía al cruzar el antiguo puente de la Maza. Aquel que siempre era nombrado en la radio los fines de semana por retenciones antes de abrirse la Autovía del Norte a su paso por esta comarca. Sobre 28 ojos, con un origen en el siglo XV y más de medio
kilómetro de longitud, nos permite cruzar la ría.
El cielo está tan despejado que la inconfundible silueta de San Vicente, con su castillo y la iglesia se recorta contra el perfil de los Picos de Europa.
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