Con sus 76 metros de altura
(siempre he pensado que le faltaba algún metro más que la estilizase), el
edificio más alto de Aragón era otros de las construcciones emblemas de la Expo,
por obra y diseño del arquitecto Enrique de Teresa.
Durante la exposición acogía la muestra
"Agua para la vida” un espacio donde sentir, oir y ver el agua. También
aparecía la magia del agua, un juego de experimentos a modo que de forma sencilla
explicaba algunas de las propiedades físico-químicas más relevantes del agua.
Pero lo más espectacular era la
escultura Splash. Mientras ascendíamos por sus rampas hacia la azotea rodeábamos
y contemplábamos ese momento en que una gota se divide en infinitas gotas más
pequeñas que salpican. Lo que ha dado que hablar durante estos diez años esta
escultura, su desmontaje, su conservación, sus posibles instalaciones y su
retorno para donde fue concebido.
A lo largo de la década que ha
pasado apenas se ha abierto la torre (no, no es el Atomium ni la Eiffel). En
las últimas semanas y con varios condicionantes, ha reabierto sus puertas y se permiten visitas
limitadas a grupos organizados.
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