José Luis Sampedro nos invita a mirar debajo de la alfombra. Hay que provocar una reacción frente a las medidas neoliberales impuestas como única salida a la crisis. Para ello debemos que reflexionar sobre lo menos visible, que no es otra cosa que lo menos leído o visto en los medios. Entonces veremos que la crisis no es solo financiera. La crisis es política. La crisis es del sistema de vida occidental.
La crisis financiera estalló por el abuso de los beneficios, pero los daños no lo han sufrido tanto los causantes como sus víctimas (con perdidas o desempleo). L raíz de los daños no radica en los prestamos mismos, sino en el poder dominante de los bancos, libres para poner condiciones a los créditos. Más que un problema económico se trata de una desigualdad de poder, un hecho político que, si no se remedia, provocará crisis ulteriores. Porque en nuetro sistema, el que manda es el capital y con ello, la democracia solo es nominal. En realidad el poder lo ejercen los grupos dominantes.
Es verdad que el pueblo vota y eso sirve para etiquetar el sistema, pero la mayoría acude a las urnas sin la previa información objetiva y la consiguiente reflexión critica. Son votos condicionados por la presión mediática y las campañas electorales sirven al poder dominante para dar la impresión de que se somete al veredicto de la voluntad popular expresada en la libertad de las urnas. En ocasiones sirve hasta para avalar la corrupción. Resumiendo: queda claro que la crisis nace de una dominación política (gobiernos sumisos al poder financiero) en la que influye el problema social de los votantes condicionados por la propaganda.
Pese a los disfraces, la religión sigue anclada en el siglo XVI, la economía en el XVIII, y el sistema parlamentario en el XIX. Por eso ha llegado el tiempo del cambio, de un cambio que va más allá de la restauración del Estado del Bienestar en retroceso y de la defensa de los derechos conseguidos por nuestros antecesores. Un cambio que me da la sensación que eso que se han montado en Bruselas no es la solución. Es más de lo mismo (esto lo digo yo, no Sampedro). El sistema reclama un cambio profundo que los jóvenes entienden y deberán acometer mejor que los mayores atrapados aún en el pasado.
No sé por qué ahora apenas se utiliza el término "poderes fácticos". Ha desaparecido del vocabulario político o periodístico, de manera que se crea la ilusión de la democracia, es decir, que realmente los gobernantes se deben a sus votantes. Y los gobernantes se mueven entre diversas coordenadas en realidad: A) su compromiso con un proyecto social y económico, es decir, sus votantes y la sociedad en general, B) sus intereses individuales o colectivos (básicamente perpetuarse en el poder, en el mejor de los casos para desarrollar su proyecto; en el peor "para satisfacer sus más íntimos deseos, los más rastreros y los más sublimes..."), C) Los condicionantes que establecen los "poderes fácticos", mediante la amenaza pura y simple o la más o menos difusa compra de voluntades. Yo creo que hay una hipertrofia de estos últimos, que marcan los estrechos límites de la acción política. Todos -tanto políticos como los fácticos- tienen un miedo terrible a perder el control y, dado que el sistema actual permite "lavar la cara" con la legitimación de las elecciones, a la vez que los gobernantes aceptan de buen grado las presiones a gran escala, con escasa resistencia... ¿quién quiere cambiarlo?. La democracia parece servir para elegir a los encargados de seguir y materializar las consignas de los que mandan en realidad: el capital financiero, con la Banca internacional como agente principal. Nada de algo tan etéreo como "el mercado": los bancos y las sociedades de inversión fundamentalmente.
ResponderEliminarMariano G.